El periodista que “da suerte en la cama”: Conozca la tumba más morbosa y tocada de París

12.06.2025

CRÓNICAS

París es una ciudad de altares: altares para el amor, para la muerte, para la memoria. Pero hay uno que no aparece en las postales ni en las rutas oficiales de turismo; uno que está escondido entre cipreses y lápidas gastadas del cementerio Père-Lachaise, y que ha sido consagrado, extrañamente, a la fertilidad… y al deseo carnal.

Se trata de la tumba de Victor Noir, un joven periodista asesinado en 1870 en circunstancias políticas que poco importan ya a la mayoría de los visitantes. Lo que importa —lo que realmente atrae multitudes— es la estatua de bronce que reposa sobre su tumba: un cuerpo yacente, sombrero caído a un lado, rostro apacible… y una protuberancia evidente en la entrepierna.

Ese bulto, que el escultor Jules Dalou esculpió con generosa naturalidad, ha sido frotado, acariciado, manoseado y besado durante más de un siglo. El resultado es visible: mientras el resto del cuerpo de bronce envejece bajo una capa verdosa de óxido, la zona genital, los labios y los pies relucen como el primer día. Pulidos no por el paso del tiempo, sino por miles de manos —la mayoría femeninas— que han convertido a Victor Noir en un insólito santo pagano.

Nadie sabe con certeza cuándo nació la leyenda. Pero desde hace décadas corre la voz de que frotar la entrepierna de la estatua garantiza suerte en el amor, vigor sexual e incluso fertilidad. Hay mujeres que juran haber quedado embarazadas tras rendirle este peculiar homenaje. Otras dicen que por fin encontraron pareja. Los escépticos se burlan; las cámaras de los turistas no dejan de disparar.

Lo cierto es que el mito ha resistido modas, siglos y hasta intentos oficiales de limitar las "caricias". En 2004, las autoridades intentaron poner una valla alrededor de la estatua para evitar los toqueteos. Fracaso absoluto: tras una protesta pública, la verja fue retirada. Y Victor Noir volvió a ser, literalmente, el muerto más manoseado de París.

Hoy su tumba es una parada obligada en las visitas no oficiales al Père-Lachaise. Mientras unos van a dejar flores a Edith Piaf o a escribir mensajes de amor en la lápida de Oscar Wilde, otros llegan en silencio, miran alrededor… y se agachan discretamente para tocar la entrepierna brillante de Noir. Algunos lo hacen con fe. Otros, entre risas nerviosas. Y no falta quien se tome una selfie mientras cumple el extraño ritual.

La historia de Victor Noir podría haber sido la de otro periodista olvidado en el panteón de la historia francesa. Pero el azar, el arte y el morbo humano lo convirtieron en otra cosa: un símbolo de deseo perpetuo, una ironía de bronce que descansa, impasible, bajo el cielo gris de París.

Porque en esta ciudad, hasta los muertos pueden tener buena prensa.